El Universo de Ani

Cuentos

Ilustración de Vicent Patiño

Vicente y Juan

en el bosque de las respuestas

Como siempre, mamá vino a arroparlos y a darles el beso de buenas noches. Cerró la puerta del cuarto, que quedó en completa oscuridad. Pronto escuchó los ronquidos de Juan. Al menos no estaba solo. Su hermano, aunque dormido, lo acompañaba. Sumido en sus pensamientos dejó de percibir cualquier ruido. Cuando parecía que se estaba rindiendo al sueño, una fuerza desde el centro de su cama lo absorbió, como si se hubiera abierto un túnel en el colchón y Vicente cayera irremediablemente por él.


— ¡Aaaaaahhhhhh! ¡Aaaaaahhhhhh! ¡Aaaaaaahhhhhhh


No paraba de gritar, pero nadie podía oírle, ni sus padres, ni siquiera Juan. La caída continuaba cada vez a más velocidad. Al cesar se encontró sobre un montón de hierba, en algún lugar oscuro y desconocido para él. Después de un rato, sus ojos se acostumbraron a la penumbra y pudo ver que se hallaba en un bosque rodeado de árboles y matorrales.


—¡Dios mío! —pensó—, esto no puede estar pasando. ¿Cómo voy a volver?


Cerró los ojos. Se tapó los oídos. No quería ver ni escuchar nada. ¿Y si era sólo un sueño? Seguro que sí, seguro que pronto se despertaría y podría respirar tranquilo. Lentamente, abrió de nuevo los ojos, todo seguía igual, quizá fuese mejor hacer acopio de valentía y buscar un lugar mejor para descansar. Se levantó y vislumbró un pequeño sendero. ¿Adónde llevaría?


—¡Ánimo, valiente! —se dijo a sí mismo mientras se dirigía al camino.


Había dado unos cuantos pasos cuando observó que se movían unas ramas a pocos metros. Por un momento quiso salir corriendo; sin embargo, gritó envalentonado:


—¡Sal de ahí, te he visto! Te estoy esperando.


Cuál no sería su sorpresa cuando vio aparecer la cabeza de su hermano.


—Juan, ¿eres tú? ¿Qué haces aquí?


—Vicente, ¡qué alegría verte! Me ha pasado algo muy extraño: la cama me tragó, caí por un túnel y llegué hasta aquí.


—Justo lo mismo que me ha pasado a mí. No te preocupes, estamos juntos, eso es lo importante. Seguro que entre los dos seremos capaces de encontrar la manera de volver a casa. Primero buscaremos un sitio para pasar la noche. Mañana, con la luz del día, quizás reconozcamos el lugar.


Anduvieron bajo la luz de la luna llena, hasta llegar a un prado que les pareció adecuado para poder dormir y descansar. Acurrucados los dos y agotados, tardaron muy poco en quedarse dormidos.


***


Con los primeros rayos de sol se despertó Vicente. Tapó con cuidado a su hermano con unas ramas y, sin alejarse mucho, comenzó a buscar moras y fresas silvestres. Cuando se despertó Juan ya tenía dos buenos puñados.


—Cómete estas frutas, es lo único que he encontrado.


—¡Mmmm! ¡Gracias! Están muy buenas.


—¿Sabes?, en el bolsillo de mi pijama he descubierto el tirachinas que nos hizo el abuelo. ¿Llevas algo tú?


—Creo que no —dijo rebuscando en ambos bolsillos— ¡Ah!, pues sí, mira...


En la mano de Juan brillaban tres piedras blancas que había encontrado en la playa y que guardaba como el más preciado de los tesoros.


—¡Tus piedras! A lo mejor tenías razón y nos traen buena suerte.


Guárdalas bien. Nunca se sabe, igual nos salvan de alguna.


—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Juan.


—Deberíamos ponernos en camino a ver si encontramos un pastor, un guardabosques o alguien que pueda orientarnos.


Así que los dos hermanos comenzaron a andar por el primer sendero que vieron. De tanto en tanto hacían una pequeña parada para beber agua de un riachuelo o comer un puñado de bayas.


***


Estaban agotados cuando descubrieron una cabaña de madera. No sin cierto temor, se acercaron a la puerta. Ambos la golpearon con los nudillos con la esperanza de que, tras abrirse, apareciera una cara amigable dispuesta a echarles una mano. Como no obtuvieron respuesta, volvieron a golpearla con más fuerza. Lentamente la puerta se abrió.


Una viejecita algo encorvada, con cara de sorpresa, les preguntó:


—¿De dónde habéis salido, muchachos? Esta es la primera vez que veo niños por estos contornos.


—Estamos perdidos —respondieron al unísono.


—¿Perdidos? ¡Válgame Dios! Pasad, pasad. Sentaos a la mesa, seguro que tenéis hambre. Ya casi es hora de cenar.


—¡Muchas gracias, señora! —respondió Vicente—. Llevamos todo el día caminando.


Mientras la buena mujer les preparaba una sopa calentita, los niños le contaron con todo lujo de detalles cómo habían llegado hasta allí.


***


—Soy Serena, la guía que orienta a quienes, como vosotros, piden ayuda. Sepáis que os encontráis en el Bosque de las Respuestas. Un lugar al que llegan todos aquellos que se hacen muchas preguntas. Por lo que, viéndoos aquí, puedo deducir que vosotros sois de ese tipo de niños que no se conforma con cualquier respuesta, que queréis saber un poco más y no dudáis en preguntar.


—¡Sííí! —dijo Vicente—, pero los mayores suelen estar agobiados con sus problemas y no nos hacen mucho caso.


—O nos contestan que ya nos lo explicarán luego —añadió Juan.


—Si sabéis leer, muchas respuestas las podéis encontrar en los libros —dijo la anciana mientras señalaba unas estanterías repletas de ellos—. Aquí en el bosque —prosiguió— podéis hablar con cada ser: animales, plantas, árboles, incluso podéis comunicaros con las piedras. Todos ellos poseen información que están dispuestos a compartir, sólo hace falta pedírsela.


Podéis considerarlos vuestros compañeros de viaje, vuestros amigos.


—¡No puede ser! —exclamó Juan.


—Y tanto que puede ser. Únicamente necesitas creerlo con fe y confianza, cerrar un momento los ojos, respirar profundo y expresar en tu interior, conectando con tu corazón, el deseo de escuchar. Dentro de ti oirás lo que ese animal, planta o mineral, con el que te has conectado, quiere decirte. Probablemente seáis capaces de comunicaros con seres no humanos incluso fuera de este bosque. Si eso ocurriera, no le expliquéis que tenéis esa capacidad a cualquiera. Existen personas que han olvidado la magia de la vida; no recuerdan que todos tenemos la capacidad de crear aquello en lo que creemos. El mayor enemigo aquí y en todas las partes es tu propio miedo. Puede ocurrir que tus temores te hagan ver algo pequeñito como muy grande, y en este bosque va a ser literalmente así. Si eso pasase debéis dar un pequeño golpe a lo que os ha asustado, inmediatamente volverá a su tamaño natural.


—¿Por qué debemos darle un golpe a él cuando somos nosotros los que estamos desvirtuando lo que vemos?


—En nuestra confusión llegamos a pensar que nuestros miedos son reales, así que es un gesto para ti, en verdad.


—¿Y cómo vamos a golpear al animal o lo que sea si nos asusta tanto? No creo que nos atrevamos a acercarnos a él.


—Debéis arrojarle algo a distancia.


—Mira lo que tengo —dijo Vicente mostrando el tirachinas del abuelo.


—¿Sabes usarlo? —preguntó la anciana.


—¡Claro! Tengo muy buena puntería, me entreno en el descampado de mi barrio tirando a las latas.


—Y yo le puedo dar mis piedras para lanzarlas —añadió Juan, abriendo la mano donde guardaba sus preciadas piedras blancas.


—¿Me dejas verlas? —preguntó Serena—. Pero Juan, estas no son piedras vulgares y corrientes.


—¡Lo sabía! —exclamó Juan.


—Son cristales bumerang. Tienen varias cualidades. La principal, proteger a su propietario. Otra muy importante es que regresan siempre a la persona que las posee, de ahí su nombre: bumerang.


—¿Entonces puedo dárselas a Vicente para que las lance con su tirachinas en caso de necesidad?


—Por supuesto. Recuerda que en algún momento volverán a ti después de lanzadas. Bueno, chicos, ya está bien de charlar, Ha llegado la hora de irse a dormir, que mañana os espera una larga jornada de regreso a casa.


***


Al día siguiente los muchachos se despertaron al alba.


Su anciana amiga les entregó un viejo zurrón con la merienda y una cantimplora.


Se despidieron de su benefactora, que no dejaba de darles consejos e instrucciones para atravesar el bosque. Eso sí, tal como habían hecho después de cenar, recogieron la mesa y fregaron en un balde los cuencos del desayuno.


—¡Bueno!, chicos, ha sido un placer alojarnos en mi cabaña. Recordad, este bosque es mucho más pequeño de lo que parece. Sólo aparenta ser inmenso cuando os sentís perdidos o asustados.


—¡Con fe y confianza, respirando profundo! —exclamó Vicente.


—¡Conectando con nuestro corazón! —añadió Juan.


—Porque ya sabéis... creamos lo que creemos —añadió Serena.


Los niños dieron las gracias a Serena una y otra vez. Se sentían muy afortunados y agradecidos por haberla encontrado. Les hubiera gustado tener algo con lo que poder compensarla.


—¡Gracias! No olvidaremos nunca su ayuda y todas las atenciones que ha tenido con nosotros —dijo Vicente.


—Sí, muchas gracias. Cuántas cosas hemos aprendido en solo unas horas —añadió Juan.


—Gracias a vosotros por vuestra compañía. La buena compañía es un precioso regalo y la gratitud que veo en vuestros ojos me colma de emoción. Sed siempre agradecidos, os abrirá muchas puertas y os allanará el camino. ¡Id con Dios! ¡Feliz regreso!


***


Siguieron la ruta que Serena les había indicado. La vía comenzaba a estrecharse, de tal manera que empezaron a dudar de si estaban yendo en la dirección apropiada.


—Espero que no nos hayamos perdido —comentó Vicente.


— Sí, la verdad es que yo tampoco me siento muy seguro.


—¡Mira! Juan —gritó Vicente mientras señalaba a una rata enorme, monstruosa, que se alzaba a unos cincuenta metros de ellos—. ¡Rápido, una de tus piedras mágicas!


Juan le entregó una de las piedras con celeridad y Vicente la lanzó alcanzando al animal. Al impacto se convirtió en un inofensivo ratoncillo.


—¡Caramba chicos! Menos mal que no me ha dado en un ojo. ¿Veis ahora cual es mi verdadero tamaño?


—¿Tu verdadero tamaño? Hace sólo unos segundos eras una rata gigantesca—protestó Vicente.


—Lo siento amigos eso era producto de vuestras dudas.


—¿Quieres decir que siempre has sido un ratón? —preguntó Juan.


—Siento decepcionarte, pero sí, soy y he sido en todo momento el ratón Prudencio. Podéis preguntarme cualquier cosa, no olvidéis que habéis venido aquí en busca de respuestas.


—Nos hemos alojado una noche en la cabaña de Serena. Ella nos dijo que el peor enemigo es siempre nuestro miedo. ¿Podrías darnos una herramienta para superar nuestros miedos?


—La imaginación es una herramienta muy poderosa que podéis utilizar a vuestro favor. El miedo no es otra cosa que la imaginación usada en tu contra. Imaginad lo que queréis conseguir o adónde queréis llegar, como si ya fuera realidad, y en ese momento ya estáis abriendo una puerta. Emprended acciones y un camino certero se abrirá derechito a vuestro objetivo.


—¡Eso parece demasiado fácil! —exclamó Vicente.


—¿Y quién ha dicho que lo que parece difícil y pesado no pueda irse transformando en fácil y liviano? Todo depende...


—¿De qué depende? —se interesó Juan.


—Depende de vosotros, depende de ti, de la actitud de cada uno. Se trata de practicar con constancia, de ir creando los hábitos que más nos favorecen —respondió el ratoncillo.


—Ahora recuerdo las palabras de Serena: “con fe, conectando con el corazón…”.


—Si enfocas tu atención, tu energía, tu acción con plena confianza, creándolo como una realidad en tu imaginación, ¿crees que no vas a lograr lo que pretendes?


—¡Ahora parece más fácil!


—¡Sííí! —exclamaron los muchachos, aliviados—. Lo hemos comprendido.


—¡Chicos listos! ¿Alguna otra pregunta?


—Iba a preguntar —añadió Vicente— si realmente estábamos perdidos cuando nos hemos encontrado contigo, pero la respuesta me ha llegado en el mismo momento de cuestionármelo: a veces al camino se estrecha, es un pequeño obstáculo; aun así, debemos continuar sin desviarnos.


—Muy bien, que estáis consiguiendo el objetivo clave de vuestra estancia aquí: conectar con vuestra sabiduría interior. Ahí encontraréis todas las respuestas.


***


Se despidieron dando las gracias a Prudencio y continuaron por el desfiladero que les había hecho dudar. Al llegar a campo abierto el camino se terminaba a orillas de un río imposible de atravesar. Y por si eso fuera poco una tortuga del tamaño de un elefante emergía de las aguas y se dirigía hacia donde ellos se encontraban.


—¡Vamos Juan! Una segunda piedra por favor.


Rápidamente Juan entregó la piedra a Vicente que acertó a dar en la concha del animal, convirtiéndolo en una tortuga mucho más pequeña, aunque para nada enana. Debería de medir unos ochenta o noventa centímetros.


—¡Hola muchachos! Estáis ante Milenia, la encargada de llevar a los viajeros al otro lado del río. ¿Quién quiere cruzar primero? Solo puedo llevar a uno cada vez. Hay momentos en la vida en que debemos avanzar solos, dejándonos llevar por los instrumentos del Universo. En este caso, por mí.


—Lleva primero a Juan, yo puedo esperar.


—Muy generoso, Vicente. En seguida vuelvo a buscarte a ti.


Milenia cruzó a los chicos nadando con destreza contra la corriente.


—Y bien. ¿Algo que queráis saber?


—Nos encontramos con Prudencio que nos descubrió una herramienta: la imaginación —comentó Vicente—. ¿Podrías enseñarnos tú alguna otra?


—Dejadme pensar, porque hay muchas... Quiero que sea una especialmente valiosa… Ya lo tengo:


¡la alegría!


Recordad siempre sonreír, celebrar y disfrutar de la vida.


—Sí, eso es algo que nos han enseñado nuestros abuelos Vicente y Juan José.


—Hacéis muy bien de respetar y escuchar a vuestros abuelos. Son los mejores consejeros.


La experiencia los ha convertido en sabios.


***


Tras dar las gracias a Milenia, los muchachos continuaron su andadura, al principio a campo abierto, un camino ancho y fácil que se iba estrechando y que enfilaba hacia una montaña. Los hermanos se miraron con complicidad. Esta vez no se iban a achantar. Y comenzaron a subir el sendero montaña arriba, con confianza y alegría, imaginando y sintiendo la certeza de ir directos a la salida.


Al llegar a la cima comprobaron que al otro lado de la montaña había una pared de roca. Imposible continuar.


—Mira Vicente —dijo Juan señalando al cielo.


Un dragón gigante volaba en círculos sobre sus cabezas. Juan entregó la tercera piedra. El tiro le dio justo en la cabeza, pero ni el animal pareció inmutarse, ni se redujo su tamaño en absoluto, de hecho, por los movimientos de sus alas parecía que se estaba preparando para aterrizar.


Y, en efecto, allí estaba delante de ellos, impidiéndoles el paso. Se encontraban entre el precipicio y el dragón, aparentemente acorralados, sin salida.


Lejos de asustarse, los muchachos avanzaron unos pasos más hacia el dragón.


—Confianza Juan, vamos a ver qué nos quiere decir este grandullón.


—Sí, este debe ser un momento en el que el Universo nos envía un instrumento.


El dragón, que lo estaba escuchando, relajado sobre sus patas les habló:
—¡Hola! Hermanos, os he escuchado. Percibo en vosotros la confianza en el sentir de vuestros corazones. Creo que ya estáis preparados para dejar el Bosque de las Respuestas. Había varios caminos para salir. Habéis escogido el que parecía más difícil; sin embargo, ha resultado ser el más rápido. ¿Vosotros creéis en la magia de la vida?


—¡Por supuesto! —exclamó Vicente.


—¡Sin dudar! —añadió Juan—. Eso siempre nos lo enseñó nuestra mamá.


—Os estáis convirtiendo en dos chicos muy sabios. Os voy a entregar otra herramienta más: la humildad. Cuanto más aprendes, más debes mostrarte humilde, todos somos maestros y aprendices. Sé que vais a seguir descubriendo muchas herramientas más en vuestro caminar, lo que buscas te encuentra, y observo en vosotros mucho interés por saber y crecer. Hay que estar atento, sabiendo escuchar: tu sabiduría interna y las señales que nos son dadas para guiarnos un poco más. Filtrar siempre por tu corazón cualquier información, él te conecta con tu verdad.


—¡Gracias! —dijeron los dos chicos a la vez.


—No me he presentado, soy Ignis la dragona encargada de llevar a su destino a los elegidos que escogieron el camino de la montaña y subieron a su cima sin temor, con la confianza de llegar a un puerto seguro. Subíos a mi lomo, vamos de viaje de regreso a casa.


Vicente y Juan se instalaron entre el mullido pelaje de Ignis, dispuestos a dejarse llevar, con total confianza, descansando de la intensa jornada vivida.


Sobrevolaron el Bosque de las Respuestas. Milenia los saludó desde la orilla del río. Prudencio se encaramó a las ramas de un árbol para decirles adiós. Pasaron sobre la cabaña de Serena, que les guiñó un ojo mientras invitaba a entrar a su casa a dos hermanas…, dos buscadoras de respuestas, como ellos. Porque el verdadero saber viene de las preguntas que nos hacemos. No dejéis nunca de formularos preguntas.


***


Estaban tan rendidos que en un momento se quedaron profundamente dormidos.


Al despertar, estaban en su habitación.


—Juan he tenido un sueño impresionante…


—Para impresionante el sueño que he tenido yo...


Movidos por un impulso, ambos llevaron sus manos al pantalón de pijama.


—No me lo puedo creer —dijo Vicente sacando el tirachinas.


—Ni yo —dijo Juan mostrando las tres piedras blancas brillando en su mano.


—¡Mira! —gritó Vicente señalando al suelo entre las dos camas.


Sobre la alfombra se encontraba el zurrón que Serena les había entregado.


Ambos saltaron de la cama y se sentaron en el suelo. Buscaron en el interior del bolso y encontraron un papel enrollado. Al abrirlo se desplegó este mensaje:



LAS RESPUESTAS ESTÁN EN TU INTERIOR

SEGUID LOS DICTADOS DE VUESTRO CORAZÓN

¡GRACIAS A LOS DOS!




Aquí os cuento cómo nació este cuento…


Este es mi más amado cuento. Está dedicado e inspirado en la infancia de mis hijos. Compartían habitación, justo ordenada cómo está en la ilustración. Vicente me contó que de pequeño sentía cierto temor cuándo apagábamos la luz de su cuarto, antes de dormirse. Juan tenía una pequeña lucecita, quitamiedos, que se mantenía encendida. Se puede ver a la derecha de la imagen. No es verdad que yo cerrase la puerta de su cuarto, de hecho, ambas puertas, la de la habitación de ellos y la nuestra siempre estaban abiertas.


Otra inquietud que acompañaba a Vicente era dejar de oír los ronquidos de Juan- producidos por una hipertrofia de las amígdalas - cuando se convertían en apneas. Curiosamente, todavía, escuchar ronquidos lejos de molestarle, le relaja. Debe ir asociado en su subconsciente con: “Todo va bien”.


Llevaba yo tiempo con ganas de escribir el cuento. El día que vi este delicioso dibujo de Vicente me decidí a hacerlo. Me enamora cada pequeño detalle y qué decir de los edredones hechos con bolsitas de melisa.


Realmente mi padre, del que Vicente heredó el nombre, les hizo un tirachinas de hierro que conservamos con mucho cariño.


Espero que os haya gustado.



Ana P Herraiz Pérez